20. Súplica en la Enfermedad
A Ti, Señor, que pasaste por este mundo
"sanando toda dolencia y toda enfermedad",
levanto mis gritos y gemidos, yo,
pobre árbol azotado por el dolor.
Hijo de David, ten compasión de mí.
Mi salud se deshace como una estatua de arena.
Estoy encerrado en un círculo fatal:
el hospital la cama, los análisis, los diagnósticos,
el alcohol, el algodón, el médico, la enfermera...
no salgo de ese círculo. Una fiera llevo clavada
en lo más recóndito de esta parte del cuerpo,
y nadie descubre su figura.
Ten piedad de mí, Señor.
Dios mío, cada mañana me levanto cansado;
mis ojos enrojecen de tanto insomnio.
Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena.
Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas,
y como un perro rabioso me muerde el dolor.
Y, sobre todo, el miedo, Señor. Tengo mucho miedo.
El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma.
¿Qué será de mí? ¿Amanecerá para mí la aurora de la salud?
¿Podré cantar algún día el aleluya de los que se sanan?
¿Me visitarás alguna vez, Dios mío?
¿No dijiste un día: "levántate y anda"?
¿No dijiste a Lázaro "sal fuera"?
¿No se sanaron los leprosos y
caminaron los cojos al mando de tu voz?
¿No mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas?
¿Cuándo llegará mi hora?
¿Cuándo podré narrar, también yo, tus maravillas?
Hijo de David, ten piedad de mí,
Tú que eres mi única esperanza.
Sin embargo, sé que hay otra cosa peor que la enfermedad:
la angustia. Es buena la salud, pero mejor es la paz.
¿Para qué sirve la salud sin la paz?
Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.
La angustia, sombra oscura hecha de soledad,
miedo e incertidumbre, la angustia me asalta a ratos,
y a veces me domina por completo.
Con frecuencia siento tristeza, a veces tristeza de muerte.
Necesito paz, Señor Jesús,
esa paz que sólo Tú la puedes dar.
Dame esa paz hecha de consolación,
esa paz que es fruto de un abandono confiado.
Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina,
y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud.
Lo restante lo dejo en tus manos.
A partir de este momento suelto los remos,
y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divina
Llévame a donde quieras, Señor.
Dame salud y vida larga, pero no se haga
lo que yo quiero sin lo que quieras Tú.
Sé que esta noche me consolarás.
Lléname de tu serenidad, y eso me basta.
Así sea.
Te comparto la canción: Tu Eres Más Fuerte, de Jon Carlo. Escuchala, es hermosa. El que canta, ora dos veces.
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