34. Paciencia
Hijo,
si emprendes en serio el camino de Dios,
prepara tu alma para las pruebas que vendrán;
siéntate pacientemente ante el umbral de su puerta
aceptando con paz los silencios, ausencia tardanzas
a las que Él quiera someterte,
porque es en el crisol del fuego donde se purifica el oro.
Señor Jesús, desde que pasaste por este mundo
teniendo la paciencia como vestidura y distintivo,
es ella la reina de las virtudes y la perla más preciosa de tu corona.
Dame la gracia de aceptar con paz
la esencial gratuidad de Dios,
el camino desconcertante de la Gracia
y las emergencias imprevisibles de la naturaleza.
Acepto con paz
la marcha lenta y zigzagueante de la oración
y el hecho de que el camino para santidad sea tan largo y difícil.
Acepto con paz
las contrariedades de la vida
y las incomprensiones de mis hermanos,
las enfermedades y la misma muerte,
y la ley de la insignificancia humana, es decir:
que, después de mi muerte, todo seguirá igual
como si nada hubiese sucedido.
Acepto con paz
el hecho de querer tanto y poder tan poco,
y que, con grandes esfuerzos, he de conseguir pequeños resultados.
Acepto con paz la ley del pecado, esto es:
hago lo que no quiero, y dejo de hacer
aquello que me gustaría hacer.
Dejo con paz en tus manos lo que debiera haber sido y no fui,
lo que debiera haber hecho y no lo hice.
Acepto con paz toda impotencia humana
que me circunda y me limita.
Acepto con paz las leyes de la precariedad y de la transitoriedad,
la ley de la mediocridad y del fracaso,
la ley de la soledad y de la muerte.
A cambio de toda esta entrega, dame la Paz, Señor.
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