VI. TRANSFORMACIÓN
37. La Gracia del Amor Fraterno
Señor Jesús, fue tu Gran Sueño:
que fuéramos uno como el Padre y Tú,
y que nuestra unidad se consumara en vuestra unidad.
Fue tu Gran Mandamiento, Testamento final
y bandera distintiva para tus seguidores:
que nos amáramos como Tú nos habías amado;
y Tú nos amaste como el Padre te había amado a Ti.
Esa fue la fuente, la medida y el modelo.
Con los Doce formaste una familia itinerante.
Fuiste con ellos sincero y veraz,
exigente y comprensivo, y, sobre todo, muy paciente.
Igual que en una familia, los alertaste ante los peligros,
los estimulaste ante las dificultades, celebraste sus éxitos,
les lavaste los pies, les serviste en la mesa.
Nos diste, primero, el ejemplo y, después,
nos dejaste el precepto: amaos como os amé.
En la nueva familia o fraternidad que hoy formamos en tu nombre,
te acogemos como Don del Padre y te integramos como Hermano nuestro,
Señor Jesús, Tú serás, pues, nuestra fuerza aglutinante y nuestra alegría.
Si Tú no estás vivo entre nosotros,
esta comunidad se vendrá al suelo
como una construcción artificial.
Tú te repites y revives en cada miembro,
y por esta razón nos esforzaremos
por respetarnos unos a otros como lo haríamos contigo;
y tu presencia nos cuestionará cuando la unidad y la paz
sean amenazadas en nuestro hogar.
Te pedimos, pues, el favor de que permanezcas
muy vivo en cada uno de nuestros corazones.
Derriba en nosotros las altas murallas levantadas
por el egoísmo, el orgullo y la vanidad.
Aleja de nuestras puertas las envidias que obstruyen
y destruyen la unidad. Líbranos de las inhibiciones.
Calma los impulsos agresivos.
Purifica las fuentes originales.
Y que lleguemos a sentir como Tú sentías,
y amar como Tú amabas.
Tú serás nuestro modelo y nuestro guía,
oh Señor Jesús.
Danos la gracia del amor fraterno:
que una corriente sensible, cálida y profunda
corra en nuestras relaciones;
que nos comprendamos y nos perdonemos;
nos estimulemos y nos celebremos como hijos de una misma madre;
que no haya en nuestro camino obstáculos,
reticencias ni bloqueos, antes bien,
seamos abiertos y leales, sinceros y afectuosos
y así crezca la confianza como un árbol frondoso
que cubra con su sombra, a todos los hermanos de la casa
Señor Jesucristo.
Así lograremos un hogar cálido y feliz que se levantará,
cual ciudad en la montaña, como señal profética
de que tu Gran Sueño se cumple, y de que Tú mismo,
Señor Jesús, estás vivo entre nosotros. Así sea.
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